sus verdaderos traumas. Y ahora le pido lo contrario. Hay que aceptar la realidad tal cual es. Y
yo no fui responsable. Actué en legítima defensa contra un bicho innoble y brutal.
—¡Así me gusta verla, Alicia! ¡Animosa y dispuesta a vencer al mundo!
—Pues así me ve usted, doctor.
—Observo además con gran satisfacción que esos traumas no afectan para nada a su belleza.
—Ya me lo dijo usted antes.
—Pero simuló no haberlo oído.
—Pensé y sigo pensando que sus palabras se debían a una deformación profesional. El deseo
de eso que ustedes llaman "transferencia": ¡el éxito del gran clínico con el enfermo mental que le
ha tocado en turno!
—No es ése nuestro caso, Alicia —respondió secamente Arellano.
Sonó de súbito el pitido característico, la señal de llamada en el aparato que los médicos llevan
en el bolsillo de la bata, y Alicia fue incapaz de reprimir un gesto de decepción. Asomóse el
doctor a la puerta:
—Conrada —dijo—, pregunte usted por teléfono si la llamada es urgente. Caso de serlo, me
avisa. De no serlo, no es necesario que nos interrumpa,
—Gracias por quedarse, doctor. El caso es que tengo tres cosas para usted. Sólo tres. Pero
importantes. Muy importantes. ¡Importantísimas! Y quisiera decírselas por orden.
Entró Conrada.
—Es urgente, doctor. ¡Otro suicidio!
El médico, a grandes zancadas, salió sin despedirse.
—¡Lo milagroso es que no haya más! —comentó con ira al cerrar la puerta.
No tuvo tiempo Alicia de analizar el verdadero sentido de estas palabras, pues apenas salido el
médico se entreabrió la puerta y asomó la cabeza de Ignacio.
—¿Puedo pasar?
—Tengo silla vacante. Pasa y siéntate.
—Pareces triste.
—Sí, lo estoy.
—Y yo aburrido. Hay un pequeño drama aquí dentro: ¡"la Duquesa" mejora por minutos! Y eso
es terrible... Me acaba de explicar toda su genealogía. Ella no es Pérez a secas, me ha dicho. Es
Pérez de Guzmán. Y hemos trepado por su árbol genealógico durante dos horas hasta llegar al
siglo XV. Comprenderás que después de este esfuerzo esté agotado. Dime: ¿por qué estás
triste?
—Decepcionada, sería más justo decir. Tenía cosas muy importantes que hablar con el médico y
nos han interrumpido.
—¡Ten cuidado con los médicos! El 85 % de las enfermas tienen la tendencia a enamorarse de
ellos. Y algunos se aprovechan de esa circunstancia. ¡Y hacen bien!
—Ni yo soy una enferma ni me gusta oírte hablar así, "señor Urquieta". ¡No te va!
—¿Por qué?
—No sé cómo explicártelo. Es cómo si con un traje azul te pusieses una corbata de color café
con leche. Tu personalidad es otra.
—Yo no tengo personalidad alguna, Alicia. La tuve y la perdí. ¡Se la tragó el subconsciente!
—Vas a acabar enfadándome, Ignacio. ¡Tú tienes una gran personalidad! Si yo fuera médico...
—Sigue: ¿qué ibas a decir?
—¡Te curaría!
—Pues te suplico por caridad que empieces ahora mismo el tratamiento. ¡Sólo por darte gusto
sería capaz de dejarme curar! Unos golpes ya conocidos sonaron en la puerta.
—¡Entre, doctor!
—¿Cómo sabes que es el doctor? César Arellano entreabrió la puerta.
—Hicieron mal en avisarme. Ruipérez ya se había hecho cargo del caso. Era un enfermo que
acababa de ingresar: un neurótico. No hubo tiempo siquiera para medicarle. ¡Lástima! —Guardó
silencio antes de proseguir—: ¿Cómo se encuentra usted, Ignacio?
—¡Como un rey! La radio ha anunciado tiempo soleado y seco. ¿Qué más quiero? ¡Bueno... los
dejo! ¡No conviene interrumpir la "transferencia" entre médico y paciente! Que descanses, Alicia.
Hasta mañana, doctor.—
—Me decía usted antes —recordó César Arellano— que tenía tres cosas muy importantes para
mí. Empecemos por la primera. La escucho.
—Quería darle las gracias por haber seguido mi consejo.
—¿Qué consejo?
—Cambiar sus horripilantes lentes de pinza, con los que parecía una caricatura de Fresno de los
años veinte, por esas excelentes gafas bifocales, que tienen una montura preciosa, que
dignifican su rostro y que le hacen parecer hasta guapo.
—Seriamente, Alicia. ¿Esta es la primera de las cosas importantísimas que tenía que decirme?
¿Cómo serán las demás?
—¡No se envanezca, don César! Las tres cosas que quiero decirle van en orden inverso a su
importancia: de menor a mayor. La segunda va a sorprenderle. He recibido esta carta —añadió,
tendiéndosela— y quisiera saber de quién es y qué significa.
El doctor la ojeó, sin poder reprimir una sonrisa.
—Esta es una carta de amor... ¿Le halaga? Alicia replicó:
—De haber sabido que iba a ser galanteada por carta, me hubiera gustado escoger a mi galán.
¡Su estilo es tan poco romántico! Pero ¿habla usted en serio? ¿Es una carta de amor?
—No, Alicia, no hablaba en serio. Y además no está dirigida a usted, sino a mí. Su autor es...
pero, ¿para qué hablar de él?; se lo voy a presentar.
César Arellano se puso en pie y llamó a Conrada Segunda.
—Procure usted —le dijo— que me busquen a Pepito Méndez, uno al que llaman "el
Albaricoque", y le digan que suba aquí a verme.
—Ahora mismo, doctor.
Repasó de nuevo Alicia la extraña letra. Cada vez que pensaba más en ello, consideraba que se
parecía como una gota de agua a otra a la de las misivas que recibió Raimundo García del
Olmo. Lo que no imaginaba era la prontitud y la eficacia del doctor Arellano en satisfacer su
curiosidad.
—¿Qué enfermedad padece?
—Esquizofrenia hebefrénica y, afortunadamente, dependencia patológica del hospital.
—¡Bravo por la claridad! ¿Qué quiere decir ese insigne galimatías?
—Mi insigne galimatías significa que su mentalidad, sus actos y sus efectos son tan estrafalarios,
incoherentes y absurdos como su escritura.
—Y ¿por qué dijo que "afortunadamente" padece hospitalismo? ¿Qué significa eso?
—Quiere decir que sólo se encuentra a gusto en el hospital. El desea fervientemente ir a ver a
una tía suya, que es la única familia que le queda, y cada vez que se lo permitimos, vomita. ¡Al
"Hortelano" le pasaba lo mismo: enfermaba al acercarse a su casa y se ponía automáticamente
bueno al regresar aquí! Eso es lo que llamamos "fobia de alejamiento" o "dependencia neurótica
de un centro hospitalario". Pero este mozo, al que va usted a conocer en seguida, es tan
incongruente que no sueña con otra cosa que ir a su casa y, apenas la pisa, son tales sus
vómitos y accesos de fiebre que pide a gritos que le traigan aquí, donde se dedica a hacer
méritos para que, como premio a su buena conducta, le permitamos ir a visitar a su tía. Y así
sucesivamente.
—¿Y cuáles son los méritos que hace?
—Escribirme centenares de cartas y depositarlas bajo todas las puertas por las que pasa: porque
yo soy su Dios y estoy en todas partes. El fue maestro de escuela...
—¡Pobres alumnos! —interrumpió Alice Gould.
—Fue maestro de escuela —prosiguió el doctor— y sabe que los alumnos que hacen bien sus ejercicios o sus deberes son merecedores de premio. Estas cartas, en realidad, son "pruebas de exámenes voluntarios" que él hace para que yo lo premie dejándole ir a ver a su tía. —Es asombroso... —No haga usted demasiado caso a esta interpretación que doy a sus cartas relacionándolas con su antiguo oficio, porque en realidad, los
Dos muestras de la interesante sintaxis y caligrafía del "Albaricoque".
Nota: Estos textos son auténticos. Corresponden a un esquizofrénico de la modalidad
hebefrénica y fueron recogidos por el autor de este libro en el hospital psiquiátrico en que se
recluyó para documentarse.
médicos no conocemos el proceso mental del esquizofrénico, que es siempre disparatado,
simbólico e incomprensible.
—Doctor —preguntó Alicia con aire de preocupación—, ¿querrá ese hombre, "el Albaricoque",
explayarse ante usted delante de mí?
—A usted no la verá...
—¿No me verá?
—No. Su atención estará tan prendida en mí, que no la verá.
La puerta se abrió violentamente. Entró un hombre muy rubio, redondito y sonrosado. ¡Quien le
puso el apodo frutícola no carecía de ingenio! Su físico carecía de malformaciones, pero sus
ademanes y gestos eran tan extremosos como los del "Astrólogo". La mirada que dirigió al
médico traslucía veneración, adoración y una infinita gratitud por el honor de ser llamado.
—¡Doctor, doctor! ¿Qué quiere?
—He recibido una carta tuya muy interesante.
—Doctor, doctor, usted es Dios y también el monte Kilimanjaro, de África Occidental. Y yo le
quiero mucho, doctor, porque también es mi madre. Y cinco por cinco, quince. Y tres por dos,
dieciocho.
—¿Para qué me has escrito?
—Para que me deje ir a ver a mi tía. Se va a morir sin que yo la vea. Se ha muerto ya, y todavía
no la he visto, doctor. Y el Pisuerga pasa por Salamanca. Y nunca me han castigado a un rincón.
Moctezuma, multiplicado por Cortés, igual a Méjico, doctor. Arreato zipitapo. Arreato zipiton.
—Y ¿por qué quieres ir a ver a tu tía?
—Porque la odio mucho, doctor. Y porque es hermana de una sobrina que yo tengo, doctor. Y
porque está ya muy joven, doctor. Y porque también es el Kilimanjaro, que pasa por Valladolid. Y
porque la quiero mucho, doctor. Y porque Dios es un triángulo.
—Esta vez no puedo darte permiso.
—Por favor, doctor. Que mi tía libra los jueves. Y la víbora enciende las nubes. Y yo soy muy
bueno. Y Pétchora, Omega, Niemen, Volga, Vístula y Ural. Y las fauces del conejo patinan las
portadas de los geranios, doctor. ¡Déjeme ir a ver a la abuela, doctor, que yo soy muy bueno!
—De acuerdo. Te dejaré ir.
—¡Viva la huelga de hormigas nadadoras, doctor! Fu, fu, fu. Teodorico, Teudiselo y Wamba.
—¿Estás ya contento?
—Sí, doctor.
—Pues ¡hala! ya puedes marcharte.
Se fue moviendo mucho el trasero y braceando. El médico preguntó;
—¿Qué le ha parecido el autor de las cartas que usted recibe?
—Me ha dado mucha pena conocerle. Mucha. ¿Es homosexual?
—Es amanerado, como su escritura, pero no es pederasta. Carece de huellas de perforación
anal.
—¡No le había pedido tantos detalles, doctor! Azoróse éste y varió de tema.
—Me dijo usted que eran tres las cosas de las que quería hablarme. Le he complacido en las
dos primeras, Alicia. ¿Cuál es la tercera?
Se frotó las manos nerviosamente. La súplica contenida en su mirada rebosaba ansiedad.
—La tercera es tan importante, doctor, que enfermaría si me la denegara. ¡Necesito, con
urgencia, ser recibida por el director! ¡No acabo de comprender cómo no ha sido él quien tomase
la iniciativa de llamarme! ¡Encarezco a su mediación, doctor Arellano, que don Samuel Alvar me
reciba mañana!
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