—Para mí está muy claro —dijo—. ¡Es un ángel con las alas plegadas, quieto; y sus pies
descansan en una nube!
En la segunda lámina, Alicia vio un árbol de Navidad con múltiples regalos y velas, y lucecitas
encendidas colocadas arbitrariamente... pero con sentido armónico.
En el tercero, dos cachorros de perro frente por frente, olfateándose los morros.
En el cuarto, un tiesto de cerámica valenciana con azaleas florecidas. En los siguientes, el
océano fotografiado desde el borde de una playa y dos veleros idénticos cerca del horizonte; una
ánfora griega, dos gatos de angora; un sauce; dos cabezas siamesas, unidas por el cráneo y fu
mando en pipa; y por último —"¡está clarísimo!", confirmó— una caracola de las que, si se aplica
al oído, se oye el murmullo lejano y misterioso del mar.
—¿Usted no ve lo mismo que yo?
—¡Nadie ve lo mismo, Alicia!
—No lo entiendo...
—Le leeré las respuestas de "A" y "B", respecto a las mismas figuras: el primero un enfermo con
gran tendencia a la agresividad y "B" una mujer con manías de grandeza y obsesiones sexuales.
Lo que usted ha visto como un ángel, "A" lo vio como Drácula, con los pies en un charco de
sangre, y "B", una diadema de la corona imperial; su árbol de Navidad, para "A" es un cuchillo de
monte apuntado hacia arriba y sus velas encendidas salpicaduras de sangre; para "B", en
cambio, era el estandarte de un ejército victorioso. Sus inocentes cachorrillos, para "A" eran dos
hombres amenazándose, y para "B", dos lesbianas besándose. Su siameses fumando en pipa,
para "A" son dos duelistas de espaldas, con los revólveres preparados, esperando que el juez
los mande separarse, andar unos pasos, volverse y disparar; y para "B", es un acto lascivo en
triángulo, de dos hombres con una sola mujer. Su caracola de mar, para "A" es una granada de
mano —¡de nuevo manchada de sangre!— y para "B", una postura erótica, que ella denomina
"amor en tornillo", descrito, según ella, en el KamaSutra.
—Me temo que ya sé quién es "B" —murmuró Alice.
—Yo no puedo decírselo —aseguró formalmente Montserrat—. ¿Quién piensa usted que es?
—Una vieja insoportable, máquina incansable dé incoherencias, que se cree nacida de los
cuernos de la Luna, que le gusta disfrazarse y quiere que los demás la soben para comprobar lo
duras y jóvenes que están sus carnes.
—Ya sé a quién se refiere usted. Le han puesto como apodo la Duquesa de Pitiminí. Esa pobre
mujer fue institutriz de una familia exiliada rusa. Acaba de tener una crisis aguda... y ahora está
recluida bajo un tratamiento muy severo. Parece ser que está reaccionando bien. ¡Pronto se
pondrá buena!
—¿Es ella la que respondió al test?
—Ya le dije, Alicia, que no puedo decírselo. ¡Y ahora vamos a hacer un poco de gimnasia!
—¿Me está usted hablando en serio, Montserrat?
—Ya lo creo que hablo en serio. Procure usted imitar mis movimientos. Brazos arriba, pies
juntos. ¡Uno! ¡Manos a las rodillas! ¡Dos: arriba! ¡Tres: manos a los tobillos! ¡Cuatro: arriba!
¡Cinco: manos al suelo! ¡Seis: arriba! Muy bien, Alicia. No creo que tenga usted problemas
psicomotores. Imite ahora todo lo que yo haga...
Hubo flexiones de piernas, cintura, cuello, brazos en aspa, falsa bicicleta... hasta que Montserrat
quedó agotada.
—¡Por favor, querida —suplicó Alice Gould—, oblígueme a hacer esto a diario! ¡Me conviene
para guardar la línea!
—Basta por hoy. Dígame muy despacio: Trescientos treinta y tres millones de tigres. Repitióselo
Alicia y comentó:
—Sé un trabalenguas en francés... ¡divino! ¿Le interesa?
—¡Me interesa!
La fonética de lo que oyó Montserrat sonaba así: sisonsisúsansisú,
susesonsusisisonsisosisonsos.
—Pero ¿qué galimatías es ése?
—Quiere decir: "Seiscientos seis borrachos sin seis perras chicas chupaban sin recelo
seiscientas seis salchichas sin salsa". Pero éste, en inglés, todavía es mejor:
"Shiselsishelsondesishor", que si lo escribe usted con su ortografía correcta y separa
debidamente las palabras significa: "Ella vende conchas en la playa".
—¡De modo que tampoco padece usted trastornos de lenguaje!
—¡Me temo que no!
—¡Es usted insoportablemente perfecta!
—¡Créame qué lo siento!
Estuvieron cerca de una hora más charlando, comentando, aclarando. Cuando al cabo de este
tiempo —y tras las puntuaciones y correcciones necesarias— penetró Montserrat con los
resultados en el despacho del doctor Arellano, éste la recibió malhumorado:
—Ya sé lo que va usted a decirme: "Alice Gould de Almenara: Personalidad superior, espíritu
exquisito, altamente cultivada. Carece de taras visibles". ¿No es eso?
—En efecto, doctor —respondió Montserrat muy molesta—. ¡Personalidad superior, espíritu
exquisito, altamente cultivada! ¿Quiere que modifique el psicograma sólo por capricho?
—¿Deterioro por la edad?
—¡Su coeficiente queda muy por encima del que le corresponde!
—¿Alguna observación particular?
—Sí. Fuerte influencia de su propia infancia. Gran lealtad al recuero de su padre. Y, en su
conjunto, cierta inocencia, ¡no sé cómo explicarme!, cierta candidez. Hay en ella algunos rasgos
de ingenuidad: de falta de astucia. Pero, por Dios, doctor... ¡nada de complejo de Electra! ¡Adora
el recuerdo de su madre! No puede medirse la interioridad de esta señora como lo hubiese
hecho Freud... pongamos por caso. ¡No sé si me he explicado bien! El doctor rompió a reír:
—¿No le gusta Freud, Montserrat?
—Me temo que no.
—Ya somos al menos tres personas que pensamos igual —comentó jocosamente el doctor
Arellano.
—¿Tres? —preguntó asombrada Montserrat Castell.
—Sí, tres. Usted, yo... y Alice Gould.
...