viernes, 11 de mayo de 2018

"G" LA LLUVIA II


                                                     ...
—Es un recuperado.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que estuvo en "la Jaula de los Leones" muchos años y los médicos consiguieron sacarle
adelante. Y esperan curarle totalmente. Está aquí por orden judicial: mató a tres hombres.
—¿Ese... mató a tres?
—Sí, y no es el único "compañero" que ha dejado tres fiambres a sus espaldas. Este es natural
de Bilbao, igual que yo. Era maquinista de la marina. Hizo la guerra en un "bou", y no sé bien por
qué acción obtuvo la Medalla Militar Individual. En los años de la posguerra y cuando España
estuvo acosada para intervenir en la guerra mundial, un día creyó recibir la orden "de mente a
mente" del almirante jefe de la Armada para que matase a dos marineros y a un suboficial,
porque eran separatistas vascos. El, como marino disciplinado, obedeció las órdenes con una
frialdad pasmosa, y los degolló uno tras otro. Cuando creyó que iban a condecorarlo y
ascenderlo, le formaron un tribunal militar, que le declaró irresponsable y le mandaron aquí. ¡Se
lo voy a presentar!
—No, por favor: me da miedo.
Ya era tarde. Habían llegado cerca de ellos. Y los dos videntes los contemplaban, con ademán
de saludarlos, mientras el ciego de la buena voz mordía desesperadamente el puño de su
bastón.
—Por fin tengo ocasión de saludar a "la nueva" —dijo amistosamente el triple asesino,
tendiéndole la mano—. Da gusto tener entre nosotros a una mujer tan guapa.
—¡Y tan inteligente! —añadió el amigo de los espacios siderales, haciendo reverencias tan
extravagantes que parecían cabriolas.
—¿Cómo se encuentra, Maestro?
—¡Mejor que nunca! ¡Estoy a punto de dar la gran campanada entre los astrónomos del mundo!
—Vamos a aprovechar el día dando un paseo —murmuró Alice Gould, deseando alejarse. Y
dirigiéndose al ciego, añadió:
—Le he oído cantar esta mañana. Tiene usted una voz excelente. El ciego rió halagado, y
respondió tartamudeando:
—Se... se... se... aagradece.
Y dio tal bocado al puño de su bastón, que parecía milagroso no se quedara sin dientes.
Se acercaron lentamente hacia la verja. Anhelaba Altee verse ya al otro lado. Le apetecía mover
las piernas, hacer ejercicio, cansarse. Y le agradaba la compañía de Ignacio Urquieta.
—Me dejó usted helada cuando me dijo que el hombre del traje azul había matado a tres
compañeros suyos en la Marina. ¡Parece absolutamente normal! ¿Cómo se llama?
—Norberto Machimbarrena.
Ignacio le explicó que cuando ingresaron al tal Norberto, acompañado de dos oficiales de la
Marina de Guerra y dos loqueros, su violencia impresionaba incluso a los más experimentados y
curtidos: mordía, golpeaba, pataleaba y sus alaridos se oyeron hasta en el pueblo vecino. Hubo
que ponerle una inyección y dormirle. Cuando despertó, estaba atado en "la Jaula de los
Leones". Creía firmemente que había sido
apresado por los separatistas —a cuyos tres espías dio muerte— y que le querían torturar para
arrancarle altos secretos militares. Y él prefería dejarse matar antes que traicionar a España. Su
violencia era tal, cuando le daban los ataques, que se necesitaban tres enfermeros corpulentos
para reducirle.
—¿Cuánto tiempo hace de eso? —preguntó Alicia.
—Más de treinta años. Cinco que permaneció encerrado y un cuarto de siglo que goza de
semilibertad. Ahora ya no es peligroso.
—¿Qué enfermedad es la suya?
—Paranoia, que es, por cierto, prácticamente incurable, salvo alguna rara excepción. ¡Y él puede
ser una de ellas!
                                                  ...

No hay comentarios.: