jueves, 10 de mayo de 2018

F LA HISTORIA DEL "HORTELANO"II

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—La escucho. —Algunos compañeros míos de residencia... me conmueven hondamente; de otros me apasiona su personalidad. ¿Podría usted decirme • qué tienen, cuáles son sus males y si son curables o no? —En algunos casos... sí. Depende de sus preguntas. ¿Quién le interesa más? —Uno de los niños gemelos que se llama Rómulo. Y "la Niña Basculante", que él cree que es su hermana; y el verdadero hermano, Remo, ¡siempre tan triste! —Los tres son oligofrénicos, y en tres grados distintos —respondió el doctor—. La niña es idiota u oligofrénica profunda; Remo, imbécil u oligofrénico medio, y Rómulo, leve, o simplemente débil mental. Este último podría llegar a aprender un oficio y ser socialmente recuperable, siempre que no se entremezclen otras complicaciones a su insuficiencia congénita. Su habilidad mimética me preocupa, así como sus crisis de agresividad. De todos ellos, clínicamente es el más interesante. —¿Por qué, don César? —Porque su dolencia no es pura. Está entremezclada con otros síndromes de diagnóstico muy difícil. Así como la pequeña Alicia... —¿Quién es esa Alicia? —La que usted denomina "la Niña Basculante" se llama Alicia, igual que usted. —¡No lo sabía! —Pues bien, esa pequeña que, como le he dicho, es oligofrénica profunda posee, además, síndromes catatónicos. Está perfectamente diagnosticada. Su idiocia es irreversible. No sufre. No sabe lo que es sufrir. —¡Somos los demás los que sufrimos al verla! —exclamó Alicia—. Me produce una gran pena contemplarla. ¡Y es tan bonita! Su perfil parece el de un camafeo. No es sólo piedad lo que siento por ella, sino una especie de atracción maternal. —Remo es distinto —prosiguió el doctor—. Su tristeza es verdadera. La imbecilidad que padece no es tan grande como para no conocer y darse cuenta de su invalidez. No entiende lo que ocurre en torno suyo... pero entiende que no entiende. Su doble (es decir, su hermano Rómulo) se mueve, gesticula, habla, ríe. ¿Por qué Rómulo sí, y él no? La pregunta no se la formula con esta nitidez, por supuesto. Pero es como una perplejidad difusa y latente que le hace sufrir. Por supuesto, Rómulo, para él, es un ser excepcional. Un sabio que sabe leer y sabe reír: un superhombre. Más he aquí que Rómulo no le reconoce como hermano. ¡Su ídolo no le mira, no le quiere, le ignora! Y esto es lo que aún no está resuelto en el caso de Rómulo. ¿Por qué ha renunciado a su hermano y lo ha sustituido por la niña oligofrénica? Algo hay en ese chico clínicamente impuro que me impide trazar un pronóstico de su evolución. Lo mismo puede ser recuperable que derivar a tendencias asesinas o suicidas. Nadie sabe eso todavía... O al menos yo no lo sé. Dígame, Alicia, esos tres pacientes ¿son los que más le afectan? —Sí. Son los que por su edad podrían ser mis hijos... y... a veces siento... ¡oh, no! ¡Es demasiado estúpido lo que iba a decir! —¡Dígalo, Alicia! No olvide que, mientras hablamos, me está ayudando a trazar su propio diagnóstico. —¡Le digo que es demasiado estúpido, doctor! —Sea sincera conmigo. Y dígame qué es eso que, a veces, siente. —Siento la impresión de que estoy llamada a hacer las veces de su madre. ¡Pero ya le dije que era una necedad! —¿Por qué? —Porque mi marido se ha opuesto siempre a que adoptáramos niños normales. ¡Imagínese si le propusiera adoptar a éstos! Miróla asombrado el médico y meditó un instante... Fue a decir algo y prefirió callar. ¿Olvidaba
esta señora que estaba recluida a petición de su marido, a quien había pretendido envenenar? —También me interesaría saber —continuó Alice Gould sin advertir el gesto de perplejidad que aún quedaba en el doctor— por qué llora tanto y tan desconsoladamente un caballero que llaman don Luis. Su dolor parece sincero y muy hondo. Cuantos le miran se sienten afectados y contagiados por su pena, cuyas causas deben conocer y que yo ignoro. ¿Qué le ha ocurrido en la vida a don Luis? —¿Conoce usted, Alicia, la diferencia que va de una neurosis a una psicosis? —Cuando entré aquí tenía una vaga idea... Por aproximación, imaginaba que la neurosis era algo relacionado con los nervios, y la psicosis con la mente. Pero ahora estoy completamente perdida. —Pues se los voy a explicar con el ejemplo de ese don Luis, que tanto le interesa. Este caballero, que es viudo, cometió una felonía de muchos quilates. Tenía un hijo único a quien quería mucho... lo cual no fue óbice para que cometiera con él una de las tropelías más grandes que un padre puede cometer contra su hijo. Este iba a casarse con una muchacha alemana muy joven y, según se supo después, un tanto ligera de cascos. Pues bien, don Luis la sedujo, y se la llevó a la cama no una sino muchas veces... —¡Qué miserable! —exclamó Alicia sin poder ocultar su indignación. —Se hizo el amante de su futura nuera, a la que dejó preñada. Ella tuvo que acelerar su boda, y, al cabo del tiempo justo, dio a luz una criatura, que todo el mundo considera nieta de don Luis, cuando en realidad es hija suya... ¡y hermana, por tanto, del que toman por su padre! —¡Me deja anonadada, doctor! El tal don Luis, ni por su físico ni por su modo de comportarse parece precisamente un don Juan, ni un felón. ¡Pero es un perfecto canalla! —No se precipite en sus juicios, señora de Almenara. No son los aspectos morales del caso los que ahora nos interesan, sino el proceso de su hipotética neurosis. —¿Por qué dice "neurosis"? —Porque este tipo de dolencias está siempre provocado por vivencias traumatizantes: es decir, por sucesos reales, no imaginarios, que han acaecido en la historia del sujeto: sucesos, lo suficientemente poderosos como para haber modificado la mente y la conducta de individuos que antes eran normales. El arrepentimiento, el horror de la infamia cometida, la vergüenza de enfrentarse con su hijo injuriado, el pensar constantemente en ello le trastornaron de tal modo que hoy es el pobre diablo enfermo que usted conoce. Pensamos que padecía una depresión reactiva cronificada, y como tal iniciamos el tratamiento, con grandes esperanzas de recuperarlo. Pero el paciente no mejoró. ¡Lo suyo no era una neurosis! —¿No era una neurosis? ¡Merecía serlo, porque la bellaquería que cometió contra su hijo... era como para traumatizar a cualquiera! —No cometió infamia alguna... —¿No considera una canallada, una bribonada incalificable lo que...? —No. Por la sencilla razón de que es mentira... —No entiendo. —El no tuvo nunca amores con su futura nuera; no le hizo un crío; no engañó a su hijo. La niña que todos consideran que es su nieta... ¡es su nieta en efecto! ¿Me comprende usted ahora...? —¡Ahhh...! —dijo Alice Gould; y volvió a exclamar "¡ahhh...!", y, al final—: No. No lo entiendo. —Toda esa historia que él nos contó, puesto que ingresó aquí voluntariamente y no por solicitud de ningún familiar... ¡es falsa! El cree que es verdadera. Lo cree a pie juntillas. Pero es una idea delirante. De haber sido cierta, su diagnóstico sería: neurosis, y en su caso neurastenia. Al ser falsa, su diagnóstico es psicosis y, en su caso, psicosis depresiva endógena. —Me ha dejado usted fascinada... ¡Qué bien me lo ha explicado, doctor! No sólo es usted un gran clínico, como dice Montserrat Castell, sino un gran profesor. A pocas lecciones como éstas, conseguiré doctorarme en psiquiatría.


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