jueves, 10 de mayo de 2018

F LA HISTORIA DEL "HORTELANO"


DURANTE TODOS AQUELLOS DÍAS, Alicia no pudo, sino muy ocasionalmente, cumplir el horario normal de los demás recluidos. Pasaba más tiempo del lado de "allá" de "la frontera" que del lado de acá. Se le hicieron exámenes de orina y diversos de sangre; se le midió la tensión arterial antes y después de las comidas, así como antes y después de un ejercicio violento— previamente programado—; las funciones de su hígado, corazón y pulmones fueron medidas, controladas y sopesadas. Al fin, se le hizo un electroencefalograma. —Muchas dolencias mentales —le explicaba más tarde don César Arellano— tienen su origen en lesiones o perturbaciones somáticas. —¿Que quiere decir "somático"? —He querido decir que muchas enfermedades psíquicas están producidas por causas fisiológicas: tumores cerebrales, excesos glandulares, número defectuoso de hormonas. Y es muy importante averiguar esto porque, llegado el momento de medicar, lo que es bueno para conseguir una reacción concreta, puede ser perjudicial para la deficiencia o la lesión funcional del individuo. De modo que todas las perrerías que le estamos haciendo a usted tienen una utilidad excepcional para... —Para almacenar trocitos del alma dé Alice Gould —respondió ésta—. Y esperar a que el doctor Alvar recomponga el puzzle, a su regreso. Las entrevistas Almenara Arellano (tres o cuatro semanales) tenían sin duda un fondo psicoterapéutico. Eran especies de psicoanálisis de otro estilo a los habituales. Pero lo cierto es que se parecían mucho más a una tertulia social o a una reunión entre viejos amigos. Cuando Alicia entraba, ya estaba preparada una bandeja con tetera, pastas y golosinas. Y charlaban de Historia, Religión, Arte, Política, Educación o viajes por países exóticos, por no agotar la lista variadísima de temas. El médico preguntaba, planteaba la cuestión y no intervenía más que para provocar a Alicia a hablar. No era tampoco extraño que fuera él quien tomara la palabra sobre temas muy concretos —sexuales, agresivos, milagros, visiones, alucinaciones—, en cuyo caso hundía la mirada en ella para leer en su alma la reacción que le producía. A Alicia le gustaba mucho este hombre. Era sin duda un gran médico. Pero también le agradaba el individuo: irradiaba autoridad y su sosiego era venturosamente contagioso. Una tarde que entró en su despacho visiblemente alterada (porque la mujer de los morritos la abofeteó y la llamó "monja sacrílega") se tranquilizó con sólo verle sonreír y sonrojarse. Era realmente sorprendente este fenómeno. César Arellano, con todo su aplomo y su edad y su prestigio, era un tímido congénito y se sonrojaba cada vez que estrechaba su mano. Una tarde le dijo: —Hoy, Alicia, va a ser usted quien fije el tema de nuestra charla. —¿Aunque mis preguntas sean indiscretas? —¡Aunque sean indiscretas! —¿Y si son impertinentes? —¡Aunque lo sean! —Pues bien, doctor. No me gustan nada esos lentes que usted usa, que le pinchan la nariz y que acabarán dejándole dos marcas o dos llagas junto a los ojos. Debería usar gafas grandes de carey y bifocales, para no quitárselas y volvérselas a poner continuamente, según mire de cerca o de lejos. Y además estaría usted mucho más guapo e interesante. 
Rió el doctor Arellano de buena gana. 
—¡Le juro, señora de Almenara, que a pesar de mi larga experiencia clínica, nunca he tenido un 
paciente que osara hacerme esa observación! 
—Es que tampoco ha tenido una paciente que le admirara y apreciara tanto como yo —dijo Alicia
a modo de disculpa cortés—. Bien. Esto era sólo la impertinencia. Ahora voy con las
indiscreciones. 
                                                   ...

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