miércoles, 29 de agosto de 2018
T LA "JAULA"
EL DOLOR DE LA PEDRADA en su espalda no era tan grande como lo fue su desesperación al comprender dónde estaba. Su despertar fue súbito. La sobresaltó un grito corto y agudo como el de un ave nocturna. No era la primera vez que oía semejante estridencia. Recién ingresada, y estando en compañía del "Astrólogo" de la gran nuez, oyó un grito semejante a dos dementes acodados en el alféizar de una ventana en la "Jaula de los Leones". Abrió Alicia los ojos. Y vio a una vieja completamente desnuda sentada al borde de su cama, que cada medio minuto lanzaba esos breves y alucinantes bocinazos. La cama que ocupaba Alice Gould formaba hilera con otras seis. Enfrente había otras seis más, ocupadas unas, y otras no. Las greñas de la que gritaba le caían sobre el rostro; de modo que era imposible verle la cara. Otras mujeres, todas desnudas, se paseaban entre las camas. Se estremeció al reconocer en una de ellas a "la Mujer Gorila". Si ésta la atacaba, Alicia no podría defenderse, porque estaba atada por los tobillos, la cintura y las muñecas. Al comprobarlo enrojeció de cólera. ¿Quién si no el director tenía autoridad para dar semejante orden? Una enana de inmensa cabeza cruzó entonces por el pasillo, todo el menudo cuerpo empapado en agua. Una enfermera la alcanzó, le echó un toallón encima y la secó. Cuando la enana quedó en libertad, desnuda como estaba, se tumbó en el suelo, donde quedó fingiéndose la muerta. Dos enfermeras más se llevaron a "la Gorila" y a la que emitía gritos. A lo lejos se escuchaba el rumor de las duchas. Nadie necesitó aclararle que la habían encerrado en la Unidad de Mujeres Dementes que dirigía Rosellini, a quien tanto disgustaba el apodo común que se usaba para designarla en la jerga del hospital, la "Jaula de los Leones". —Te voy a desatar. ¿Te portarás bien? —le preguntó a Alicia una enfermera. —Siento un gran dolor en la espalda. —Siéntate en la cama. Obedeció Alicia y la "bata blanca" la despojó del camisón. —No es más que una magulladura. No tienes nada roto. Dame la mano. Levántate. —Puedo hacerlo sola. —Eso lo veremos. Ven por aquí. Siéntate en el excusado y espérame. Era humillante sentarse así, de cara a la galería, en unos retretes sin puerta. Otras mujeres yacían en la misma posición. La gran nave estaba cortada perpendicularmente por varios paramentos verticales que no llegaban a la pared frontera. Cada dos paramentos equivalían a una habitación de doce camas situada cada media docena frente a la otra media. Pero eran habitaciones de sólo tres lados, pues faltaba el que correspondería al pasillo. Al fondo de éste, los excusados y las duchas. Al otro extremo una puerta incógnita. Todo se hacía a la vista de todos. De la taza, Alicia fue conducida a la ducha. La enfermera la enjabonó. —¡Le aseguro que puedo hacerlo sola! Al comprobar que no mentía, la "bata blanca" acudió a ayudar a varias compañeras qué empujaban a un cuarto de tonelada de carne femenina que se negaba a ser duchada. Cuando consiguieron reducirla, volvió la buena mujer con un toallón y se dispuso a secar a Alicia. —Mire qué bien lo hago yo sola, aunque me duele mucho, mucho, la, espalda. Enfermera, ¿cómo se llama usted? —Lola Pardiñas. —Es usted muy bonita. ¿Qué edad tiene, si no es indiscreción? —Veintiocho. ¿Y usted cómo se llama? —Alicia Almenara. —¿Usted es la famosa Alicia Almenara? ¡No puedo creerlo! ¿Y quién la ha metido a usted aquí? —¡Caprichos del director, supongo! —Ahora vuelva a su cuarto, Alicia. Su cama es la dieciséis B. Quiero verla andar y vestirse sola.
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