jueves, 7 de junio de 2018
LL EL DIAGNOSTICO DEL DIRECTOR
TAL COMO ESTABA PREVISTO, aquel miércoles se reunieron los doctores Alvar, Ruipérez y César Arellano en el despacho del primero. Los tres médicos escucharon, con creciente interés, la cinta en la que estaba grabada la primera manifestación sobre sí misma que hizo Alicia Gould de Almenara el día de su ingreso. Concluida la audición, el doctor Ruipérez se dirigió al director y resumió: —Los síntomas me parecieron lo suficientemente claros y coincidentes con el informe que nos hacía el que fue su médico particular. De modo que encomendé la enferma al jefe de los Servicios Clínicos para que éste la estudiase y te pasara sus conclusiones a tu llegada. Yo le remití una nota resumiéndole las mías: "Paranoia pura sin mezcla —al menos apreciable— de otros síndromes". —¿Estás de acuerdo, César? —preguntó a éste el director. —En efecto, los hechos fueron así —respondió el doctor Arellano, eludiendo lo más importante dé la pregunta. —No me refiero a los hechos —aclaró el doctor Alvar—, sino al diagnóstico de Ruipérez. —Tu ayudante no hizo diagnóstico alguno —precisó el jefe de los Servicios Clínicos—, puesto que no la estudió. Tan sólo me remitió un avance de opinión. —Eso es lo que te preguntaba. Si estás de acuerdo con su opinión de que nos encontramos ante una paranoia pura sin mezcla de otros síndromes. César Arellano humedeció sus nuevas gafas con el vaho de su aliento y respondió evasivo: —Estoy de acuerdo en que otros síndromes no hay. —¿A qué pruebas la has sometido? —Por tratarse de una envenenadora potencial, el caso de esta mujer me interesó vivamente desde el primer día. Pero mi interés aumentó al descubrir que me hallaba ante una personalidad de altos vuelos, distinta y superior al resto de los enfermos de este hospital; y distinta y superior también al común de los sanos. Tras mi segunda sesión con ella, tomé estas notas que os voy a leer: "Personalidad superior. Espíritu exquisito. Altamente cultivada". "No sólo advertí que ocultaba algo. Ella misma me lo confesó. Ese "algo" era un secreto que guardaba exclusivamente para ti, director. Caso de tratarse de una psicosis delirante, pensé que en ese secreto estaría la clave de su delirio. Ello no fue óbice para que la sometiera a toda clase de pruebas. —Hiciste bien. Vengan los resultados. —Son todos negativos. No tiene trastornos psicomotores. Anda, se mueve y gesticula con naturalidad; carece de tics; es una gran gimnasta. Practica el judo. Y, en cuanto a su rapidez de reflejos, ahí está, como el mejor ejemplo, su desgraciado incidente con el jorobado. "¿Trastornos de lenguaje? Tampoco los tiene. Su dicción es correcta, no tartamudea, sabe adecuar las palabras a sus pensamientos y pronuncia, sin equivocar un sonido, curiosos trabalenguas en varios idiomas. "Se le han hecho análisis del aparato respiratorio, digestivo, cardiovascular y urinario. El hormonal y del líquido encefalorraquídeo los superó con éxito. No hay asomo de sífilis propia o heredada. Hay que descartar cualquier tipo de toxicomanía: odia las medicinas, no toma pastillas para dormir. Lo mismo digo del alcoholismo. Han transcurrido más de dos meses desde que ingresó y no ha tomado alcohol, ni lo ha pedido, ni se ha angustiado al no consumirlo. Puedo, por tanto, afirmar con la mayor seguridad que, de padecer esta señora una psicosis, ésta no es de origen orgánico. —¿Se le hizo encefalograma? —Se me olvidaba decírtelo. No hay falsas respuestas. No hay lesión cerebral. En consecuencia, puse mucho énfasis en el estudio de los tests y en su preparación. Aparte de los tradicionales de Bidetsimon, Wechsler, Jung y Rorschard, introduje por mi cuenta algunas variaciones
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